- Reseña de Álvaro García Linera. La política como disputa de las esperanzas, CLACSO, Buenos Aires, 2022, 93 pp.
Hay algo en el mundo que se está desmoronando, pero no se advierte que algo se esté edificando en su lugar. El horizonte se dibuja incierto, las certezas en nuestras comunidades políticas están rotas. Estas son las sensaciones que a uno le quedan después de leer La política como disputa de las esperanzas, de Álvaro García Linera, quien todavía hace menos de tres años fuera vicepresidente de Bolivia en el gobierno de Evo Morales. Se trata de un libro escrito desde la militancia política y el quehacer intelectual: reflexiones sobre el momento político de la izquierda latinoamericana y, a la vez, un recuento sobre el golpe de Estado del 2019 en Bolivia.
Aunque el libro está organizado en seis capítulos, más bien se trata de una lluvia de ideas que, glosadas en conjunto, hacen un llamado a los movimientos progresistas de América Latina —y el mundo— a repensar el cambio de época que se vive, para así poder imaginar, soñar, parir futuros posibles. En las líneas que siguen me concentro sólo en algunos temas, aquellos que me parecieron más estimulantes política e intelectualmente, y que sirven para entender el proceso de cambio político que se vive en México, Latinoamérica y el mundo.
García Linera comienza enunciando las profundas transformaciones políticas y sociales que vivió Bolivia durante los años de gobierno de Evo Morales: 30% de la población salió de la pobreza y la pobreza extrema; los indígenas, las clases populares, las amas de casa, los obreros tomaron por asalto las posiciones de mando en los aparatos de gobierno, de representación y de impartición de justicia; los cuales hasta entonces habían sido un feudo de las clases privilegiadas. Así, el golpe de Estado de 2019 fue una puesta en escena de la derecha como lo que es: antidemocrática, llena de odio y resentimiento. Qué azuzó, se pregunta García Linera, a los sectores de derecha a reaccionar de manera violenta. La respuesta es clara, dice: “fue un golpe contra la igualdad, contra el ascenso social y político de los pueblos indígenas” (p. 37). Hubo decenas de muertos, cientos de heridos. Los golpistas quemaron, pisotearon y escupieron la Wiphala —importante símbolo indígena—, es decir, mostraron su “voluntad de deshacerse de los indios igualados” (p. 40). Pero no toda la derecha actúa violenta, advierte el autor.
El golpe de Estado del 2019 en Bolivia, en cierto modo, explica Linera, fue una excepcionalidad. También están los golpes de Estado judiciales —lawfare—, que se refieren al uso del poder judicial para rechazar la voluntad de las mayorías populares, o los que recurren a la manipulación mediática aprovechando la colusión entre las élites económicas y los dueños de medios de comunicación. En cualquiera de los casos, estas agresiones políticas tienen éxito cuando los gobiernos progresistas “se alejan de las organizaciones sociales populares que los sustentan” (p. 46) o cuando agotan sus reformas de primera generación. Además, la derecha de nuestros días es, a decir del autor, más “gramsciana” (p. 52): está decidida a dar una batalla ideológica y “a veces ocupan la calle más que nosotros” (p. 52). Pienso en el momento político que vive México y me pregunto: ¿La coalición de izquierda que ahora gobierna no se ha alejado de organizaciones populares y clases medias progresistas que la llevaron a su triunfo? ¿La política social se agota en los programas sociales? ¿Qué hay de los servicios públicos? ¿La toma de las calles se reduce a lo electoral, al revocatorio o a las consultas impulsadas desde arriba? ¿A la derecha que toma las calles —pienso en el Frente Nacional Anti Amlo (Frenaa)— sólo hay que caricaturizarla?
Pero, ¿por qué la derecha ha cambiado de rostro, se ha vuelto más gramsciana y, al mismo tiempo, sigue actuando de manera violenta como en el golpe de Estado en Bolivia del 2019? Álvaro García Linera explica que el consenso en torno al libre mercado que había a principios de siglo se ha roto. Sin embargo, el modelo neoliberal “no está dispuesto a jubilarse sin dar antes patética y rabiosa batalla” (p. 50), por eso “la centroderecha se ha envilecido transformándose en ultraderecha autoritaria y racializada” (p. 50). De ahí que para el autor lo ocurrido en Bolivia no sea “una excepción irreproducible, es una tendencia” (p. 51): hay una derecha en Estados Unidos que asalta el parlamento y alega fraude, o en Europa se alientan discursos que ven a la migración como amenaza. La pandemia del COVID-19 sólo ha fracturado más el consenso neoliberal y se ha acudido de nuevo al Estado para enfrentarla, no obstante, esto no ha resultado en un nuevo horizonte político.
Y aquí estamos, explica García Linera. Los dos proyectos políticos en pugna —progresismo y neoliberalismo— se muestran incapaces de imaginar futuros posibles, de alimentar la esperanza. Los neoliberales están sumidos en la melancolía de que lo que se resquebraja no debe terminar, por eso reaccionan con odio y resentimiento. Por su parte, el progresismo no ha podido plantear una nueva oleada de reformas. Desde la izquierda sabemos “lo que ya no funciona, lo que está mal, lo que nos molesta; pero no sabemos lo que lo remontará, lo que viene” (p. 61). En palabras del autor, vivimos en un “momento paradojal, tiempo suspendido, liminal” (p. 62), el cual no debe verse sólo con desesperanza, sino como un tiempo de oportunidades y de horizonte abierto que a las nuevas generaciones de políticos nos tocará imaginar.