Del ambiente festivo a la conmemoración

Por Karen Michelle Martínez-Balbuena

  • Reseña de Ariel Rodríguez Kuri, Museo del universo. Los juegos olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968, Ciudad de México, Colegio de México, 2019, 457 pp.
Los Juegos Olímpicos representaron uno de los proyectos más importantes del país en el siglo pasado. Fuente: «Mexico 1968 Olympics Cycling» by Mark Morgan Trinidad A is licensed under CC BY 2.0

Los últimos años nos han legado una enorme condensación de problemas y sentidos que el contexto pandémico ha traído a la vista. El 2021 resulta especialmente ilustrativo al respecto. Este año se ha realizado la XXXIII edición de los  Juegos Olímpicos  en Tokio lo que  nos ha permitido presenciar un nuevo “Museo del Universo”, pues los Juegos nos dejaron ver muchos elementos que a todos se nos hacen cercanos y que, sobre todo, reflejan “el gran estado de la cuestión –de la ciudad, de la nación, del Estado, del mundo, del deporte, de la competencia, del arte, de la violencia, del cinismo, de los límites y alcances de una década.” (Rodríguez, 2019, p. 13).

Seguro podremos recordar con facilidad el ambiente festivo que envuelve todas y cada una de las etapas de la justa olímpica que dejan en el ambiente la sensación de emoción, alegría y esperanza: el gusto, sin importar horario, de presenciar la ceremonia de apertura y clausura, así como las competencias y los momentos entrañables con posibilidad de presentarse en cualquier instante. Pero también, cómo ese ambiente festivo se vinculaba con otros procesos, incluso amargos, que vive la humanidad. Ejemplos hay varios: la emoción de la justa estuvo atravesada por la soledad y la tristeza de los estadios vacíos producto de la pandemia por Covid-19; el compañerismo deportivo reflejado al compartir el oro en el salto de altura también convivió con la disputa política deportiva, como el boxeador cubano que gritó “patria o muerte” al vencer al español de origen cubano y anticastrista; la excelencia atlética de las clavadistas chinas y la participación histórica de las mujeres en skateboarding se dio en los mismos juegos en los que Simone Biles puso en el centro del debate la salud mental y la lucha contra el abuso sexual.

“Museo del universo. Los juegos olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968” de Ariel Rodríguez Kuri es un texto publicado en 2019, pero que cobra especial sentido ahora, pues el contexto presenta un extraordinario momento que conjuga los elementos estudiados por el libro: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020/21 y el próximo aniversario de la conmemoración de la tragedia del 2 de octubre. De ahí que su lectura nos ayude a comprender el ambiente festivo y las emociones globales de aquel verano del 68 y cómo se fueron transformando hacia un desenlace lamentable y poco esperado. 

El movimiento estudiantil no fue un actor homogéneo: contenía todo tipo de jóvenes. Fotografía: Archivo General de la Nación.

Rodríguez Kuri propone una nueva forma de estudio de la compleja relación entre las dos expresiones máximas del Estado de bienestar mexicano: los Juegos Olímpicos y la generación de jóvenes de 1968. A través de una brillante narrativa, el autor pretende que se dimensione el impacto y la ruptura que significó el movimiento estudiantil en el contexto de los Juegos Olímpicos, y se entiendan ambos fenómenos de manera simbiótica. Esto es lo que distingue al texto de otros que se han escrito sobre el 68 en México.

Como es de esperarse, la obra es vasta en contenido, el cual se desarrolla a lo largo de ocho capítulos. Los capítulos uno, dos y cuatro desarrollan la cuestión de que “los Juegos son mucho más que juegos” (p. 22), son un fenómeno global que el autor entiende como “Museo del Universo”. Estos capítulos se encargan de presentar el ambiente de cara a los Juegos, como se suponía que debían ser y los temas que debían recuperarse para el futuro: la obtención de la sede, la organización de los Juegos, los retos y las actitudes del gobierno para proteger al compromiso internacional más importante de México en el siglo XX contra lo que consideraba amenazante.

En este sentido, el autor destaca que la preparación de los Juegos no consiste solo en disposiciones deportivas, sino en la compleja preparación de toda una nación para ser anfitriona de la fiesta que reúne a todas las naciones. En este proceso se entremezcla la creación de una narrativa que debe ser sustentada por un público y su debida identidad, la cual puede estar, o no, en coherencia con la identidad colectiva y los públicos existentes en las naciones anfitrionas. En el caso de México, los jóvenes y estudiantes eran parte esencial de dicho público, pero éste era uno que apenas se estaba constituyendo.

El capítulo tres resulta un primer contrapunto en términos narrativos al ambiente de universalidad de los Juegos Olímpicos, pues un incendio en la Catedral Metropolitana en enero de 1967 dio pie a una compleja discusión en torno a la reconstrucción o restauración de los elementos dañados. La importancia de este contrapunto reside en que en esta discusión se observaron “las tensiones subterráneas de una cultura” (p. 177) en las que se jugaba la identidad colectiva de México, la cual podría no coincidir con el público de aspiraciones universales que pretendía constituirse para los Juegos. Asimismo, permite observar que existía un ambiente político de apertura y libertad para la participación en discusiones colectivas que habría de ser aplastado con los acontecimientos de octubre de 1968.

Por otra parte, los capítulos cinco, seis, siete y ocho son el segundo contrapunto y se encargan de desarrollar los elementos del movimiento estudiantil en su relación simbiótica con los Juegos: la creación de un espacio de interlocución, resolución de los conflictos y de constitución del actor estudiante; la incapacidad simbólica y material para manejar el conflicto por parte de las autoridades; el ambiente festivo en el que los jóvenes se adueñaban de las calles a través de la protesta, los panfletos y la movilización; el cambio de actitud del gobierno de Díaz Ordaz al percibir a los estudiantes como enemigos de los Juegos y una amenaza de sabotaje desde adentro; la constitución de un ambiente caótico por parte del gobierno para que las personas encontraran necesarias medidas más fuertes, como la de Tlatelolco, con el fin de retomar la paz y el orden; el papel clave de las Guardias Presidenciales y su actuación como el cisma dentro del ejército y la traición a éste.

La juventud era el principal público de los Juegos Olímpicos. Fuente: «Mexico 68» by toxickore is licensed under CC BY 2.0

De todos estos, resultan de especial atención tres elementos: primero, que los estudiantes no eran enemigos de los Juegos, su lucha no iba dirigida a atacarlos o sabotearlos, de hecho, se beneficiaban de ellos porque los jóvenes eran parte fundamental del nuevo público que se constituyó para el evento. No obstante, sí estaban en contra del comportamiento autoritario y violento del gobierno mexicano que se iba acrecentado a medida que se acercaban los Juegos.

En segundo lugar, a pesar de ser el centro del nuevo público y la nueva identidad que pretendía construir México, es importante reconocer que los estudiantes, sobre todo, los que salieron a las calles en el verano del 68, no eran un actor homogéneo. Algunos eran estudiantes “oficiales” que en ocasiones llegaban a ser los más idealistas y politizados, pero otros jóvenes podían ser porros, pandilleros o de clase popular con dificultades en el acceso a la educación que el factor “violencia” instó su participación en el movimiento.

Finalmente, el ambiente autoritario se construyó sobre todo a partir del mes de septiembre debido al cambio de actitud del gobierno de Díaz Ordaz que consideró a los jóvenes como amenaza definitiva para los Juegos. De igual forma, el autor destaca la creación del ambiente caótico para justificar las medidas a tomar el 2 de octubre de 1968 y, sobretodo, el papel de las Guardias Presidenciales que representó la fisura dentro del gobierno y del ejército, así como la traición a éste:

Asumo y postulo: había un plan detallado para el apresamiento de la dirigencia estudiantil, que estaría a cargo de las unidades del ejército uniformado y, sobre todo, del Batallón Olimpia, encargado de su captura directa, pero esa operación fue saboteada, interrumpida o, mejor diríase, devastada por la acción de los francotiradores ( p. 386)

En síntesis, el libro muestra el estado del mundo y la apertura del México autoritario ante éste; la importancia de obtener la sede de los Juegos Olímpicos y lo que significó para México en particular; además de dar una nueva perspectiva del papel de los jóvenes y las razones por las que el ambiente olímpico terminó en represión. 

Así, como los Juegos de Tokio no podrán entenderse en un futuro sin la pandemia del Covid-19, los Juegos Olímpicos del 68 no pueden entenderse sin el movimiento estudiantil o, en otros términos, el movimiento estudiantil mexicano de 1968 no puede entenderse sin la presencia de los Juegos. No obstante, el gobierno mexicano quiso que el año de 1968 fuera solo recordado por el ambiente festivo de los Juegos Olímpicos, y así debió ser, pero terminó siendo la conmemoración de una tragedia, de la rebeldía y la lucha contra el autoritarismo.

  • La autora del texto es egresada de la licenciatura en Ciencia Política y Administración Pública de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Su correo es [email protected]
Logotipo de los Juegos Olímpicos de México 68, el cual fue diseñado por Lance Wyman. Imagen: Archivo General de la Nación.
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