El 30 de octubre del 2020 Diego Armando Maradona cumplía sesenta años y Síncopa editora daba a conocer su primer título dedicado enteramente al Diez: Todo Diego es político, un conjunto de diez ensayos breves a cargo de diez escritoras con trayectorias y formaciones tan ricas como diversas.
Como aclara Bárbara Pistoia en la introducción, lejos del afán biografista o del análisis sociológico, el libro es una invitación a “relamerse en el signo abierto, entregarse a las contradicciones, morder el fruto” en el que todas las lecturas convergen “sobre las huellas del Diego Maradona que construye comunidad”. Ciertamente, si algo queda claro al leer esta obra es que el hombre-signo Maradona cimenta comunidad lejos de una pretendida neutralidad englobante, sino, por el contrario, por su capacidad de conmover lo establecido desde la posición liminal del, en palabras de Florencia García Alegre, “villero que se convirtió en héroe” (p. 63) negándose a desclasarse, pero también a vivir con culpa su vertiginoso ascenso social. De ahí que la figura de Diego sea política no sólo por ser “la continuación del peronismo por otros medios”, como afirmase hace años Pablo Alabarces en un ya clásico estudio,[1] sino sobre todo por su capacidad de erigirse en un ordenador de la experiencia colectiva, un signo polisémico en torno al cual nos posicionamos y con el que dotamos de sentido nuestra cotidianidad, pero también por ofrecernos una experiencia afectiva que nos atraviesa, nos desarma y nos permite (re)vincularnos desde las tristezas y alegrías más primarias: las vinculadas a la pasión por el juego.
Es esta profunda dimensión política del Diez la que esta obra polifónica explora en sus múltiples aristas. Así, Yanina Safirsztein destaca que al hablar de sí mismo en tercera persona, “(Mara)dona su nombre y de esa forma lo convierte en patrimonio —o matrimonio, da igual— de la humanidad” (p. 55). Un desdoblamiento en el que se expresa, a su vez, un deseo irrenunciable de controlar la propia narrativa sin “limar ninguna de sus aristas” (p. 24), como subraya Natalia Torres. Para esta autora, Diego “al mantenerse terrenal hasta en sus gestas —como en aquel maravilloso “hijos de puta” que leímos en sus labios en el Mundial de Italia— ata un hilo rojo entre su alma elevada por la victoria y el cuerpo social de carne y hueso de todos los argentinos” (p. 26). De esta forma, la historia de Diego es indisociable de la historia de la Argentina contemporánea, pero también del desarrollo de los medios masivos de comunicación, plataforma para su estrellato e instrumento de su lapidación pública cuando el astro no se ajusta a sus demandas, como deja entrever el relato de Lorena Álvarez.
En efecto, si un talento deportivo excepcional y la voluntad de privilegiar la coherencia, entendida como fidelidad al propio sentir antes que como mero inmovilismo, son partes fundamentales de la autoconstrucción del mito del Diez, su otro baluarte es una temeraria voluntad de autoafirmación frente a la cosificación de los medios. En este sentido, Diego es ante todo un artista porque, como afirma Agüeda Pereyra, “hay poética en su juego: en la cancha, Maradona inaugura una forma de organizar el tiempo, el espacio, el vacío […] Hay poética en su hacer con la materia verbal: Diego que dice y acierta en la metáfora inolvidable […]. Hay poética en su lenguaje corporal, ese cuerpo que entrena pero baila” (p. 30).
Diego es un artista barroco y, como tal, abraza las contradicciones y el exceso a un altísimo costo personal. Por un lado, el Diez se nos aparece como un héroe trágico que recurre al consumo de drogas como forma de habitar un cuerpo siempre campo de batalla, como subraya Carina González. Por otro, Diego resiste el disciplinamiento al que la industria del fútbol masificado somete a sus ídolos mediante esa capacidad única de decirse a sí mismo, de ser una “máquina textual” fuera y dentro de la cancha, como afirma Javiera Pérez Salerno (p. 46). En esa forma tan suya de ser en el mundo, Diego nos ofrece una forma distinta de decirnos a nosotros mismos, porque si el Diez es hablado por la lengua popular, sus malabarismos verbales intervienen indeleblemente nuestras formas de expresión.
Diego, el héroe cuyas gestas futbolísticas son pulsión de vida, resistencia anticolonial y rebeldía de los de abajo. Condiciones de posibilidad de su culto popular son su procedencia humilde, que facilita la identidad entre ídolo y pueblo, y, sobre todo, como señala Ayelén Zabaleta, el deseo explícito de ser “la voz de los millones que no habían podido llegar” (p. 78). Por ello el Diez es un mito profundamente ideologizado, que resiste toda romantización en el momento en que, como afirma Sofia Ferro, “quiso hacer algo más que darle alegría futbolística al pueblo, lo quiso empoderar señalando las falencias del sistema y las necesidades básicas no cubiertas” (p. 91). De ahí la simbiosis que establece con los dos pueblos que encarna: el argentino y el napolitano, pero también con los oprimidos de cada lugar donde llega su fama.
El 25 de noviembre del 2020 Diego Armando Maradona fallecía a causa de un paro cardíaco y luego de una vida extraordinariamente humana. En medio de un luto de escala planetaria, en los medios de comunicación argentinos resurgía el debate acerca del supuesto oxímoron de un “feminismo maradoniano”. Un debate en el que las diez autoras de Todo Diego es político sientan posición con una apropiación del fenómeno maradoniano que abraza su naturaleza abiertamente contradictoria y popular. Una vez más, fua el Diego.
[1] Pablo Alabarces, Fútbol y Patria: el fútbol y las narrativas de la nación en la Argentina, Buenos Aires, Prometeo, 2002, pp. 133-160.