Maestra en clase en la Ciudad de México. 1920. INAH

La función social de la escuela y la disputa por los libros de texto

Por Alonso Vázquez Moyers

¿Qué aprendemos en la escuela? Una respuesta más o menos sencilla, aunque requiere elaboración, es que fundamentalmente las escuelas sirven para la formación de ciudadanía. Esto implica establecer lo mínimo que debería saber una persona que forma parte de un colectivo. Pero también aprender y reproducir el orden social.

No resulta sencillo establecer qué debe ser lo mínimo que alguien debe saber. La respuesta dependería, idealmente, de las condiciones en que esa persona se encuentre. Obviamente, no es igual vivir en un centro urbano, donde las interacciones y necesidades prácticas, formas de comunicación y contacto con el medio ambiente tiene mediaciones distintas que quienes viven en el campo, para quienes sería fundamental saber sobre tierra cultivable, tipos de suelo; aunque no podríamos simplemente descartar que eso fuera inútil para quien vive en una ciudad. Entonces, el mero hecho de determinar qué debe conocer una persona presenta ya, muchos desafíos sobre qué es necesario conocer y cómo. 

Ahora, dado que la formación de ciudadanía no es nada más conocimiento del entorno, sino también, la construcción simbólica de la comunidad, en la escuela aprendemos  el significado de la vida social, su organización según reglas, valores y fines y como consecuencia, la idea de pertenecer a una comunidad específica. En las escuelas mexicanas, por ejemplo, los honores a la bandera los lunes son un ritual que cumple esa función simbólica. Dicho de otra manera, en las escuelas aprendemos qué significa ser mexican@ o de cualquier otro lado: las tradiciones, historia, lengua que conforman a ese espacio denominado nación, con todos los problemas que eso trae consigo, mitos, fantasías y malentendidos. 

Foucault estudió la función de disciplinamiento escolar. Es lo que hacen, por ejemplo, los uniformes y otras prácticas de normalización que, cambiantes, nunca dejan de ser arbitrarias. Pongo como ejemplo la prohibición para los hombres de llevar el cabello largo, algo que padecí en una secundaria que ya se me olvidó su nombre. En las escuelas, su diseño, planes de estudio, prácticas y discursos, siempre hay propósitos políticos (que no partidistas). 

El régimen político que inició en 2018 se propuso terminar con el neoliberalismo. Reduccionismos y retórica aparte, el neoliberalismo es una ideología construida y reproducida en las aulas. Ahí se formaron los funcionarios y académicos (entre otros) que han ayudado a su materialización en política pública e ideológica (es decir, a asumir como normal el orden social que produce).

Modificar los libros de texto es por ende necesario, si suponemos que en los anteriores había discursos, ideas y saberes o decididamente neoliberales o, al menos, inadecuados para la realidad social mexicana. 

El problema está, nuevamente, en la disputa política y los términos en que se ha discutido el contenido de los nuevos libros de la SEP. Allí encontramos una vez más las carencias de nuestra conversación pública, que va de la estridencia ridícula, a la defensa sin cortapisas. 

Diversas voces han señalado carencias en los libros de texto gratuitos no sólo en el campo de las matemáticas, que, por lo que he podido leer, sería el más castigado, aunque no queda claro por qué. Las críticas, además, se mezclan con confusiones y prejuicios varios; que van del rechazo al lenguaje inclusivo y al concepto de familia al irrisorio señalamiento de comunismo en los libros. Otra vez y para ventaja del gobierno, discutimos lo más superficial. 

Maestra en clase en la Ciudad de México. 1920. INAH
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