Despidiendo a John Mayall: un recuerdo tropical

Ronaldo González

A los noventa años de edad, ha fallecido la leyenda del blues John Mayall (Macclesfield, Cheschire, Inglaterra, 29 de noviembre de 1933–California, EEUU, 22 de julio de 2024). Está de más escribir sobre su influencia en la literal internacionalización del blues, un género que, en los cincuenta, los jóvenes estadounidenses se negaban a escuchar por prejuicios raciales. Fueron músicos como Mayall, Alexis Korner y Cyril Davies, quienes desbrozaron el camino a lo que, ya a mediados de los sesenta, se conocerá como la ola británica que invadió el mundo entero con su música de Rythmh & Blues y rock, con influencia del bluegrass y el skiffle en su versión inglesa (después vendrían, como se sabe, las incorporaciones de la música formal y sinfónica en el llamado rock progresivo).

Habiendo nacido en 1960, he viajado a lo largo de mi vida en el cabús del tren generacional de los Baby Boomers. Pero soy apenas un Baby Boomer mexicano; y todavía más, semitropical: nacido en Culiacán, Sinaloa. De modo que no me tocó conocer a los hippies, sino a los jipitecas. Aunque la mía, debo decirlo, fue una camada más cercana al surgimiento de los cholos, esos jóvenes urbanitas del noroeste mexicano que adoptaron el performance del Show Low (de la pronunciación del vocablo en inglés viene la palabra “cholo” en el sublenguaje juvenil de entonces), el movimiento pausado del cuerpo y el habla que enfatizaba el Take it Easy. Todo esto, en medio del tráfago que caracterizó ese peculiar fenómeno que fue la urbanización de lo rural y la ruralización de lo urbano en aquellos años setenta en el Septentrión mexicano. Sí, algo así como una SadJoy, una triste alegría, un blues de la vida mezclada. Quizá por eso sucumbimos a la fascinación de ese género de rítmica queja, es decir, de renovación de un signarse: no de resignación, sí de re-signación.

Como suele ocurrir en las familias, fue bajo el influjo de Beto, mi hermano mayor, que conocí el rock y el blues. Antes de él, mi padre escuchaba en una consola marca Majestic a Louis Amstrong junto al Dr. Alfonso Ortiz Tirado. Algo me decía Amstrong con su trompeta espasmódica y su voz rasposa en A Kiss to Build a Dream On, pero Mayall y sus Bluebreakers eran otra cosa. La guitarra, la armónica, la batería, el teclado, eran poderosos, rítmicos, cargados de energía. Más tarde, en un círculo de estudios marxista, conocí a un amigo con el cual compartí la Dialéctica de la naturaleza de Engels y el gusto por el blues. El abstruso materialismo dialéctico e histórico fue quedando de lado y, en cambio, nuestra incursión en los terrenos del blues fue despejando caminos hasta llegar a las raíces afroamericanas y, enseguida, volver a Mayall y quedarnos con él para toda la vida.

Ineludible el recuerdo de los tiempos adolescentes en los setenta: las dos únicas discotecas decentes de Culiacán, La Parroquia y Discoéxitos (¡vaya nombre originalísimo!), vendiendo el acetato de Jazz Blues Fusion, el único disco de blues en existencia durante años y años en el noroeste de México.

Fue así como, transcurrido el tiempo, hace veinte años, un miércoles 22 de octubre de 2003, tuvimos a John Mayall en el Festival Sinaloa de las Artes. Inevitablemente lo recuerdo hoy al enterarme de su muerte: Ladies and gentlemen, please welcome Mister John Mayall!, anunció el poco justipreciado guitarrista Buddy Whitington mientras cantaba la legendaria y poderosísima Grits ain´t groceries de Little Milton: “And Mona Lisa was a maaan”, empezamos a corear en nuestro inglés rústico y semitropical los asistentes, jóvenes y adultos, que abarrotamos el teatro Pablo de Villavicencio en Culiacán. Y nosotros, culichis y blueseros, aunque parezca increíble, bailamos, palmoteamos ganosamente y cantamos las rolas clásicas del bluesbreaker mayor. Quién lo hubiera imaginado, John Mayall en Sinaloa, ¡John Mayall en los lares del corrido “belicón”, la banda y la música de viento!

La armónica sonó duro y bien. Luego tomó su peculiar guitarra de diapasón corto y blueseó algo de Laurel Canyon, uno de sus mejores y más puros y duros discos. Notabilísima enseguida la ejecución de su homenaje a Bob Hite: “I was living with the Bear”.  Todo empezó cuando, un año antes, Johnny Winter se indispuso de última hora y no pudo presentarse en el Festival del 2002. Quienes organizábamos el programa pensamos entonces —y pensamos bien— en crecernos al castigo y nos propusimos ir más allá: traer al mismísimo jefe del blues británico, y en más de un sentido del blues blanco, a The Godfather of the British Blues, al padrecito Mayall.

Traté a Mayall, platiqué un buen rato con él. The Blues Boss fue afable y paciente. Esa noche memorable, después del concierto y de haber interpretado gratuitamente algunas rolas para jóvenes roqueros locales, nos contó que acababa de culminar la celebración artística con motivo de sus setenta años de vida. De hecho, tal y como lo comprobaría al adquirir el álbum, lo que nosotros tuvimos en tierras culichis fue una primicia para América: nos ofreció exactamente el mismo repertorio que en julio de ese año había interpretado en el histórico Marquee en Londres, acompañado de Eric Clapton, Chris Barber y Mick Taylor, entre otros músicos que reverdecieron laureles con su iniciador en las faenas blueseras.

Mayall bebió un trago de agua e inoculó con su saludo el virus espeso y agarroso del blues a Alán, mi hijo, ahora un jazzista consumado. Platicamos un poco de esto y lo otro. Los compositores e intérpretes afroamericanos reconocieron siempre su papel en la internacionalización del blues, pero él insistía en la plática: “Le debemos mucho a los blueseros clásicos norteamericanos”, como rememorando su nostálgica Blues for the lost days:

Looking back through the years
Like I got myself a time machine
Memories flood around me
People and places where I’ve been
I had the blues for the lost days
Way back when times were lean

We had Sonny Boy, Freddy King and Hendrix
And they’d be sitting in till the break of dawn
Sweating at the all night Flamingo
And coming out to pigeons on a Sunday morn
So many raves, so much music
But back then, nobody knew that the London
Blues were born

So today I got to thinking
Where go friends that drift apart
Some of them are dead and gone now
But they still live on in my heart
I had the blues for the lost days
And there ain’t never gonna be no counterpart.

Sí, recuerdo aquel concierto que no se ha perdido en la noche de los tiempos. Recuerdo a John Mayall en Culiacán hace dos décadas y lo recuerdo hoy, como lo recordaré siempre, porque he still live in our hearts. I had the blues for the lost days.

Culiacán, 2003. Foto del autor.

Fernando Bárcena. Concert John Mayall. Donostia. Feb2017. Disponible en Flickr.

Ronaldo González Valdés. Culiacán, Sinaloa, 1960. Sociólogo, historiador y ensayista. Sus libros más recientes son George Steiner: entrar en sentido (España, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2021) y Culiacán, culiacanes, cualiacanazos (México, ediciones del Lirio, 2023).

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