“De lo que no se puede hablar [eufemísticamente], hay que callar”[1] Wittgenstein
En Don’t Look Up (2021), la última película de Adam Mckay, los personajes de Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio (dos científicos) se reúnen con una trumpesca presidenta de los EEUU (Meryl Streep), quien les pregunta qué tan seguro es que un recién descubierto asteroide impacte contra la tierra. El vicepresidente decide que un 100% de probabilidad de que esto ocurra (99.78%, aclaran luego) puede perfectamente definirse como “a potentially significant event” (un evento potencialmente significativo). “Call it 70% and let’s just move on” (digamos 70% y continuemos), responde el personaje de Streep, a lo que su hijo y Chief of Staff (Jonah Hill) responde rebajando la cifra a un 60%[2]. Si bien se trata de una comedia y de una exageración de la realidad (algunos científicos climáticos no estarán de acuerdo con este último calificativo), queda claro que es posible —desde ciertos lugares de poder— cambiar la realidad, o por lo menos la percepción que el gran público tiene de ella, con tal de darle mejor apariencia (por lo menos hasta que el meteorito haga su trabajo).
En otro ejemplo de ficción, cuando los personajes del universo de las novelas de Harry Potter evitan a toda costa pronunciar el nombre del villano, intercambiándolo por un elocuente (o todo lo contrario) “El que no debe ser nombrado”, nos encontramos ante un fenómeno similar, al que suele denominarse eufemismo, y que en este caso, como en el de los griegos con sus dioses del inframundo —origen del concepto—, tiene una función práctica: evitar la desgracia al invocar aquello que es indeseado (al susodicho Voldemort o a la desgracia). Por su parte, en la cultura mexicana, el albur o doble sentido se basa en la premisa de que lo que se dice pertenece a lo eufemístico, de manera que una interpretación “obscena” (generalmente de tipo sexual), no queda descartada frente a una aparentemente inofensiva expresión que, sacada de contexto, adquiere una nueva connotación.
Convendría, no obstante, comenzar por definir exactamente qué es un eufemismo. El primer diccionario del español que incluye esta palabra en su repertorio es de 1787, y lo define como “tropo, en que se expresa una cosa por su contrario”. Ya en 1825 se define como “tropo para suavizar las expresiones”, y en 1846 como “la decencia en las palabras y expresiones, o el cuidado de disfrazar las ideas, que expuestas con claridad ofenderían el pudor de quien nos oye”. Nos quedamos con las palabras de Fernando Lázaro Carreter, quien dice que es un “proceso muy frecuente que conduce a evitar la palabra que designa a algo molesto, sucio, inoportuno, etc., sustituyéndola por otra expresión más agradable”[3]. Su objetivo es, como indica Hernando[4] el de la máscara: disfrazar lo feo de no feo (“crecimiento negativo” o “movilidad exterior”[5]), lo fácil de complicado (“un activo digital que representa objetos del mundo real”[6]), lo vacío de palabrería (“Nos disculpamos por el malentendido causado hacia algunos de nuestros visitantes”[7]), y lo concreto de vaguedades (“problemas estructurales”[8]).
La gran ironía alrededor de esta situación de estetización de la realidad es que, como los buenos efectos prácticos combinados con CGI en las películas de El señor de los anillos, o como un buen implante de cabello, no somos conscientes como sociedad de cuánto y con qué naturalidad se utilizan estos mecanismos del lenguaje para modificar nuestra opinión y nuestro comportamiento, a pesar de que tenemos constancia de su existencia desde hace mucho tiempo, y esta se encuentra más que bien documentada[9]. Los principales beneficiarios de esta cualidad maleable de los significados son, como suele ocurrir, las grandes empresas (las que se pueden permitir una gran difusión de su imagen a través de los medios de comunicación), y los políticos (que cuentan con el altavoz de su posición para hacer declaraciones abiertamente).
Es, en efecto, el eufemismo el que nos permite hoy en día ser “políticamente correctos”, pero también ser “educados”, “corteses” y hasta “considerados” —valores que deberían estar cada vez más en alza—. Esto se debe a que, como todo en esta vida, el lenguaje no es estático: cambia constantemente y permite cambiar la naturaleza de las palabras según va evolucionando la sociedad que las utiliza. ¿Es hoy en día un eufemismo en México decir “voy al baño”? o ¿se entiende inequívocamente ya que es un equivalente al más explícito —y aún así usado en España— “voy a mear” / “voy a cagar”? ¿Duda alguien, en cambio, de que sea un eufemismo hablar de “ajuste de plantilla”, de “derogación parcial de una ley”, o de “valores familiares”?
Pedro Chamizo[10] argumenta que el eufemismo es efectivo en tanto que es ambiguo (en tanto que puede decirte una cosa y su contraria a la vez), es incluso —pues depende de figuras retóricas para su buen funcionamiento—, poético; si bien no por ello representa obligatoriamente algo bello. Se inscribe en y depende de un contexto de habla, por lo que no suele ser universal. El decir “fue a atender el llamado de la naturaleza”, “tuvo que hacer una parada técnica”, o “fue a sentarse en el trono”, no es apropiado en un contexto formal si nos referimos a la actividad también conocida eufemísticamente como “descomer”, pero sí los eufemismos más típicos como los mencionados arriba, que buscan disminuir el impacto escatológico de una actividad tan natural que nos ha dejado la perla de refrán que es: “caga el rey, caga el papa y en este mundo de mierda de cagar nadie se escapa”.
Algunos detractores de lo políticamente correcto argumentan que el condicionante que impone la corrección política limita las posibilidades de expresión y oculta los verdaderos intereses y deseos de los hablantes. Mauro Rodríguez argumenta que “los eufemismos son proyección psicológica, expresión de los anhelos, ideales, intereses de los grupos humanos, y también los signos visibles de sus miedos, ansiedades, conflictos, represiones, tabúes y neurosis de toda clase”[11]. Lo que tenemos que preguntarnos es si estos detractores del eufemismo buscan realmente un permiso para la ofensa sin consecuencias, pues, si bien este permite engañar, nos permite también acercarnos como sociedad a un espacio de fraternidad e igualdad (por lo menos en lo que el respeto a la dignidad de las personas se refiere). Así, el que reniega de la corrección política porque desea llamar libremente “retrasado” o “mongolo” a una persona con discapacidad no busca la verdad con sus palabras sino reafirmarse en su sentido de superioridad impunemente.
Hay otro tipo de detractor de la corrección política que, en realidad, a lo que se opone no es a que, antes de llamar a alguien por su condición, lo llamemos por su cualidad humana[12], ni a que cuidemos las formas de tratar a los menos favorecidos, sino a que se engañe abiertamente. Cuando a Éric Zemmour, posible candidato a las presidenciales francesas, le preguntan en la televisión si es racista o xenófobo y él responde, “no es ser xenófobo o ser xenófilo, […] es ser francófilo”[13], está utilizando lo que hoy en día llamaríamos corrección política: el no llamar las cosas por su nombre para quedar bien. Un usuario de twitter remarcaba sobre estas declaraciones que si la definición de xenofobia es la de tener una hostilidad de principio hacia el extranjero[14], el ser francófilo en la definición de Zemmour no se diferencia mucho de ser xenófobo.
Es comprensible que tengamos el deseo de que todo sea claro; de que las personas digan lo que piensan abiertamente para poder posicionarnos correctamente de un lado o de otro; sin embargo, la ambigüedad es, además de un método de manipulación encubierta, una herramienta de defensa que no solo está a disposición de los poderosos (aunque sean ellos los que más se benefician de ella). Cuando existen leyes que te pueden llevar a la cárcel por decir algo que ofenda los sentimientos religiosos, o por considerarse “injurias a la corona”, como ocurre en España, nos encontramos con que el eufemismo es el mejor aliado; si no que se lo pregunten a los raperos españoles encarcelados o autoexiliados por decir abiertamente lo que la mayoría de la población piensa sobre la familia real española[15]. Otro tanto se le puede decir a las Dixie Chicks (“The Chicks” ahora), repudiadas en su momento al haberse opuesto abiertamente a la guerra de Irak, convirtiéndose en un ejemplo de lo devastador que puede ser para alguien en el ojo público explicitar sus convicciones políticas[16]. Este tipo de casos, no obstante, han servido de advertencia tanto a uno como al otro lado del espectro político, lo que ha permitido, en cierta medida, la reintroducción de valores que creíamos en proceso de desaparición (racismo, clasismo, xenofobia, LGTBI-fobia, etc.) en el discurso político y las instituciones; todo esto tras el escudo del tecnicismo de lo explícito: Lo que no se dice explícitamente, no se ha dicho.
Entonces, ¿qué hacer frente al eufemismo? La respuesta, como era de esperar, requiere esfuerzo. Si deseamos seguir siendo capaces de expresar ideas complejas, no totalmente concretas, ya para explorar sus posibles implicaciones, ya para protegernos del juicio voraz, no podemos deshacernos de los eufemismos, ni deberíamos querer hacerlo; su naturaleza le aporta algo de poesía al día a día y algo de picaresca a las conversaciones. Los eufemismos no solo ayudan a cambiar la percepción de las cosas sino que nos permiten cambiar el mundo efectivamente cuando los usamos con empatía y decencia. No obstante, debemos ser vigilantes, pues lo que suena “bonito”, “bien” o “mejor” puede ocultar al más terrible de los monstruos y a la más terrible de las ideologías. Lo que tranquilamente llamamos “extrema derecha” y que algunos de sus simpatizantes se empeñan en llamar “patriotismo”, fácilmente puede esconder un haz de flechas, un saludo romano o, peor, el deseo de que olvidemos las cunetas, las desapariciones, las muertes y el respeto por el que no es igual a nosotros a cambio de unos valores tan bien disfrazados con palabras como “unidad”, “identidad nacional” o “tradición”.
[1] Tomamos prestada esta “cita” del Tractatus de Wittgenstein del artículo Pedro J. Chamizo Domínguez, “La función social y cognitiva del eufemismo y del disfemismo”, Panace@, Vol. V, n.º 15. Marzo, 2004, p. 50. Disponible en: https://www.tremedica.org/wp-content/uploads/n15_tribuna-ChamizoDominguez.pdf
[2] La película, producida por Netflix, se encuentra disponible en la plataforma. No obstante, esta escena se puede ver en el siguiente enlace:https://youtu.be/Op_v2PHDn-0
[3] Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de términos filológicos, Madrid, Gredos, 1962, p. 177.
[4] Bernardino Hernando, El lenguaje de la prensa, Madrid, UDEMA, 1990, pp. 179-189.
[5] Sirva de ejemplo este artículo del Máster de Periodismo del diario El País (edición española): Escuela de Periodismo UAM – El País, “Siete eufemismos que parió la crisis”, El País, 28 de enero de 2014, en https://elpais.com/elpais/2013/12/31/masterdeperiodismo/1386789937_226264.html(consultado el 18 de febrero de 2022).
[6] Una de las muchas formas que se usan para definir la incipiente burbuja ultracontaminante de los NFT (Non Fungible Tokens), ligada al mundo de las criptodivisas.
[7] Parte del comunicado del parque de atracciones Six Flags México tras la polémica por la discriminación sufrida por una pareja de hombres que se besaron en el parque. Six Flags México (@SixFlagsMexico), Twitter, 31 de diciembre de 2021, en https://twitter.com/SixFlagsMexico/status/1476748397919059968?s=20&t=7xo-hKodTGV67TcVBvHMvA (consultado el 19 de febrero de 2022).
[8] Expresión generalista que evita lo específico que sería decir cuáles son los problemas.
[9] Como ejemplo de los muchos estudios que se han hecho al respecto: Guillermo de Vicente Garrote, Identificación y análisis de los eufemismos en el discurso parlamentario español actual (Trabajo de Fin de Máster), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2017. Se puede consultar en: https://uvadoc.uva.es/bitstream/handle/10324/25440/TFM_F_2017_84.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[10] Pedro J. Chamizo Domínguez, 2004.
[11] Mauro Rodríguez Estrada, Creatividad lingüística: diccionario de eufemismos,Ciudad de México, Pax México, p. 10.
[12] “persona con sida”, en vez de “sidoso”, “persona invidente” frente al tradicional “ciego”, etc.
[13] «Ce n’est pas être xénophobe, ce n’est pas être xénophile. Ce n’est pas la même chose, c’est être francophile. J’aime d’abord les Français. Je protège les Français». Redacción, «Je ne suis absolument pas raciste» : Eric Zemmour se justifie avec fermeté dans «C à vous» (VIDEO), télé 7 jours, 16 de febrero de 2022, en https://www.programme-television.org/news-tv/Je-ne-suis-absolument-pas-raciste-Eric-Zemmour-met-les-choses-au-clair-dans-C-a-vous-VIDEO-4683204
[14] “Hostilité de principe envers les étrangers, ce qui vient de l’étranger”, según el diccionario Le Robert. El DLE la define como “Fobia (Aversión exagerada a alguien o a algo) a lo extranjero o a los extranjeros”.
[15] Valtònyc y Pablo Hasél, dos raperos que, independientemente de su valor como artistas (el cual no entramos a considerar), no merecen ser perseguidos por la justicia por escribir canciones y tweets.
[16] Una buena crónica de este caso de verdadera y efectiva “cancelación” (pese a lo desatinado que llega a ser el uso de este término hoy en día) se puede leer en Juan Sanguino, “Cómo el grupo femenino más exitoso de la historia de EE UU se convirtió en el más odiado”, ICON – El País, 10 de mrzo de 2020, en https://elpais.com/elpais/2020/03/09/icon/1583752806_089407.html (consultado el 19 de febrero de 2022).