Debo admitir que hasta hace un par de semanas no tenía conocimiento de la obra del escritor francés Laurent Binet. Por ello, leer Civilizaciones fue una grata forma de acercarme a la fascinante visión literaria de la historia que propone este autor. En efecto, sus habilidades y conocimientos fecundaron una fresca y atrayente propuesta para la novela histórica.
Civilizaciones es una exquisita y ocurrente interpretación novelística que “responde” a una de esas grandes preguntas que nos hemos hecho todos alguna vez: ¿y si la historia en torno a lo que conocemos popularmente como el “Descubrimiento de América” no hubiese ocurrido cómo se ha contado? Circunscrita a un contexto que podemos identificar con las expediciones de conquista europea en América, Binet lanza una interpretación respecto a ese decisivo momento que comienza con los viajes de un grupo de vikingos, dirigidos por la descendiente de Erik el Rojo, Freydis Eriksdottir, en varios puntos de lo que entendemos como América. La influencia de la figura de Freydis y del Dios Thor, señor del trueno, en la cultura de las civilizaciones que ella y su grupo encontraron a su paso sellaría el destino de este “Nuevo mundo” para los exploradores españoles que años después, consternados por los “muy extraños”, aunque familiares, hallazgos encontrados durante su fallido intento de conquista, sufrirían una suerte distinta a la que la historia nos ha relatado. En este punto, la lectura del “apócrifo” Diario de Colón y su desenlace es una delicia.
Y es justo aquí donde radica la magia de la obra de Binet, pues sus interpretaciones, derivadas de los veraces y accidentados encuentros de los vikingos con los innumerables skraelings (entre los que encontramos, ya como parte de la imaginación del autor, a mayas, cubanos y haitianos) dan la pauta a una de las aventuras novelísticas más destacables que se hayan escrito. Siguiendo la historia que Binet propone, uno podría imaginarse a sí mismo como un viajero que, proveniente de tierras lejanas, narra a sus coetáneos las fabulosas experiencias que le ha tocado vivir en su andar por la España de mediados del siglo XVI:
Este dichoso reino ha florecido en todos sus medios gracias a la reforma agraria que Su Majestad decidió instaurar hace unos cuántos años. A mi paso por las verdes praderas y pastizales que marcan el camino hacia Madrid es común encontrar pastando vacas, caballos y las grandes alpacas que constituyen para los pobladores una gran provisión de alimento y dinero, pues sus pieles se comercian con las altas clases aristócratas de los palacios y cortes de Florencia y París. El cultivo de trigo, papa y maíz son, por mucho, una de las actividades que más han repercutido en aras del beneficio económico de los habitantes del reino.
La paz entre España con Francia, los Países bajos y en especial con los protestantes de Alemania ha traído numerables beneficios al comercio y a las relaciones sociales entre ambos reinos. La felicidad de los campesinos alsacianos, luego de la justa muerte de Lutero desborda de sus rostros, pues gracias a la aceptación del gran Monarca de estas tierras respecto a los 12 acuerdos estipulados por los campesinos, la paz religiosa (por gracia de las 95 tesis del Sol) y social, influenciado, te digo, por la lectura al “clásico florentino”, ha prosperado de nuevo en aquellos territorios. Empero, el gran monarca precisa acabar pronto con la rebelión de Loyola y su Compañía que no cesa en sus empeños de glorificar como único el culto al “clavado”.
Mi visita por Madrid, Toledo y Sevilla me ha dejado anonado. Antes de la portentosa llegada del monarca del Sol hubiese resultado impensable ver con toda tranquilidad a judíos, moros, cristianos, protestantes, y solinos vivir su vida con toda tranquilidad, sin temor a que aquel funesto tribunal, ya extinto, no hubiese incumbido violentamente para hacerse de las riquezas personales y dar goce a los más oscuros instintos de sus miembros durante los terribles autos en las plazas públicas. Ya nadie está obligado a convertirse a ninguna religión, la libertad de cultos es permitida, aunque, finalmente, la del Sol mantiene la preminencia, pues todas parten del principio heliocéntrico, tal como lo ha inferido uno de los científicos favoritos de esta corte.
Por otro lado, es notable la variedad de edificios y templos magníficos que el ingenio propio de Buonarotti ha adornado estas principales ciudades de este fastuoso imperio. Los templos dedicados al Sol y al Trueno son, por demás, los más bellos y elegantes que nunca haya visto, carentes de todo compromiso violento como los que se percibía en los templos del “Clavado”. Qué decir de los hermosísimos retratos y pinturas con que Tiziano ha decorado el interior de los principales palacios de esta corte. La leyenda de nuestro aclamado monarca y sus allegados, retratados en célebre porte son gráfico testimonio de la gloria del reino mismo. A decir de esto, ofrezco la descripción de uno de los más célebres de estos retratos que representan la magna imagen del gobernante y que he tenido la oportunidad de ver: se trata de la imagen de Atahualpa, […] representado como hijo del Sol, ceñido con su corona escarlata, ofreciendo su mejor perfil, un papagayo azul en el brazo y un brazalete de oro en la muñeca izquierda. Está de pie delante de una fuente, en cuyo borde hay cestas con naranjas y aguacates. Un gato pelirrojo duerme a sus pies. Una serpiente se enrosca alrededor de su pierna. Al fondo, unas palmeras suben hasta el cielo donde brillan juntos el sol y la luna, ceñidos de oro y plata. Sobre su túnica de alpaca, el emperador ha hecho bordar sus escudos de armas con hilo dorado; se reconoce en ellos el castillo de Castilla, las franjas rojas y amarillas de Aragón, un halcón entre dos árboles, así como una carabela malva realzada sobre un sol de atardecer (pp. 237-238).
Grandes sorpresas, jocosos momentos y el curioso final de la leyenda del rey de España Atahualpa, así como la interesante reversión de la historia de Miguel de Cervantes Saavedra, idea cercana a lo expuesto en un documento original cuya solicitud, de haberse concretado, pudo cambiar la historia del Manco de Lepanto, y con ello, quizás, la historia de la literatura universal.[1] Todo ello será una grata experiencia para las y los lectores al adentrarse en esta genial obra. Si bien para los historiadores será difícil, que no imposible, configurar distintas interpretaciones de lo “ya ocurrido”, Civilizaciones, sin duda, fomentará en quienes la lean un profundo deseo de imaginar otras formas de entender lo que sabemos y vemos.
Como mencioné, la lectura de la obra de Binet, necesaria quizás para estos tiempos en que en México se recordarán los 500 años de la derrota de los pueblos asentados en la ciudad de México-Tenochtitlan ante las huestes de Hernán Cortés, pueda darnos no sólo otras formas de comprender los largos y dolorosos procesos que conllevaron a la conquista y sometimiento de las culturas americanas, sino que podría permitirnos entender el camino que, como civilizaciones, aún nos toca recorrer frente a un inclemente mar.
Quién sabe. Tal vez después de la lectura de Civilizaciones, a semejanza de quienes vivieron las innovaciones religiosas del idealizado Atahualpa, muchos de nosotros miraremos al sol de otra manera.
[1] Me refiero a la petición hecha por Cervantes para servir en una plaza vacante en las Indias. Véase Vicente Quirarte, “Don Quijote cabalga en Anáhuac”, Amor de ciudad grande, FCE/UNAM, Ciudad de México, 2013, pp. 17-30.