Se le llama Petricor a ese indescriptible pero hermoso olor que produce un suelo seco al mojarse, olor a lluvia, olor a tierra mojada. ¿Qué nombre lleva el olor que queda en las hojas impresas luego de enfriarse? Olor a libro nuevo, olor a lectura, algunos sugieren que esa sensación que producen los libros nuevos debiera nombrarse como Bibliosmia.
Esa sensación, nos es familiar a todos los mexicanos, pues la vivimos cada año en nuestra niñez cuando nos entregaban nuestro paquete de Libros de Texto Gratuito en la escuela primaria, con ellos, también nos entregaban esa experiencia única, una sensación indescriptible, un remolino de emociones, un sentido de propiedad sobre algo que era solo nuestro, un banderazo de salida a un nuevo ciclo de nuestras vidas, nuevos amigos, nuevas aventuras, nuevos conocimientos y el ascenso a un grado superior de nuestra cofradía de educación básica. A eso olían nuestros libros nuevos.
Esa sensación que viven los alumnos no está relacionada con el contenido del libro, hay todo un sentido social y vivencial en el gran proyecto de entregar, a los niños de México, una dote de libros al principio de cada programa escolar.
En los últimos días se desató una intensa polémica acerca de los errores y contenidos ideológicos de los Libros de Texto Gratuito. La discusión ha girado en torno a posicionamientos políticos y fundamentalistas, que nos recuerdan que la educación básica es una de las arenas políticas en donde se disputa con mayor pasión el modelo social, familiar e ideológico al que aspiramos como Nación.
La creación de los libros de texto que son asignados a cada niño y cada niña de México infiere una responsabilidad inmensa, porque implica reflejar una aspiración y una vocación nacional. La información que contienen los libros educativos debe alejarse lo suficiente de cualquier dogma político o religioso, debería ayudar a empoderar a la infancia mexicana con conocimiento científico y valores basados en la paz, la justicia, la igualdad, la equidad, etcétera.
Me parece que hubo algo de irresponsabilidad en los creadores de contenidos de los Libros de Texto, ya que se incluyen posiciones subjetivas y coyunturales que son innecesarias. Yo no soy experto, no sé si el contenido y la forma del contenido de los Libros de Texto Gratuitos son pedagógicamente correctos, solo parafraseo a Paulo Freire en Hacia una pedagogía de la pregunta, me surge la duda de si los Libros de Texto, en algunos temas específicos, responden a dudas que los niños tienen, o tendrán, o simplemente son un compendio de respuestas concretas a preguntas que nadie hizo y que inhibirán una exploración más amplia.
En contraparte, pero también siguiendo a Freire, me surge duda, si los que critican el contenido de los libros, tienen verdaderas objeciones pedagógicas a ellos o solo es el temor a que cierta información en manos de los niños, generarán preguntas que los padres temen responder.
Finalmente, la decisión de no repartir los libros escolares entre los niños, como lo han anunciado algunos gobernadores, me parece un error grave, porque el modelo de los Libros de Texto Gratuito es un proyecto bondadoso, generoso y muy necesario, desde su creación en 1959. No repartirlos debilita ese proyecto.
Embodegar los libros, quemarlos o mutilarlos, es darle cabida a esos extremismos absurdos y minoritarios. Lo que se debe hacer es estar involucrados y mejorar los mecanismos de elaboración, revisión y aprobación de los contenidos.
Despojar a un niño o a una niña de la posibilidad de recibir un libro, es retirarle del primer contacto con el mundo de la lectura. Es condenar a los niños a no vivir una experiencia extraordinaria de familiarizarse con los libros. Negarle ese lote de libros a los niños, representa quitarle, a la generación que estuvo confinada por la pandemia, la oportunidad de generar recuerdos y asociarlos a la bibliosmia, el olor a libro nuevo.