Cubierta de "El siglo del populismo. Historia, teoría, crítica" de Pierre Rosanvallon

El esquivo fantasma del populismo

Adrián Velázquez Ramírez (Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín).

  • Reseña de Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo. Historia, teoría, crítica, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020.

La rápida traducción al español de Le siècle du populisme (2020) de Pierre Rosanvallon evidencia la inagotable vigencia del debate sobre el populismo. El buen destino de la cuidada edición de Galaxia Gutenberg se ampara tanto en la reconocida trayectoria del autor como en la urgencia del tema del que trata. El título elegido deja poco lugar para la duda: la proliferación global de movimientos y regímenes caracterizados como populistas es postulada como el Zeitgeist de nuestro joven siglo. Sin duda, la intervención de Rosanvallon encontrará rápidamente un lugar de honor en la nutrida biblioteca montada sobre las dudas que despierta el futuro de la democracia.

Para este trabajo, Rosanvallon se apoya en el enfoque que ha venido desarrollando en sus obras precedentes. Partiendo de una epistemología que rinde tributo a su gran maestro, Claude Lefort, su punto de sostén es lo que el autor identifica como una “teoría de la indeterminación democrática”. Desde esta perspectiva, la ambigüedad constitutiva de sus conceptos fundamentales (pueblo, representación, soberanía, voluntad general) convierte a la democracia moderna en una aventura abierta a la profundización de sus valores fundamentales, pero también al riesgo de su autodisolución. Para Rosanvallon, la democracia está condenada a vivir amenazada desde su interior, pues su incesante dinámica está subordinada a una paradoja: su potencial emancipatorio está anclado a la imposibilidad de ofrecer una solución definitiva a los problemas que plantea.

Desde este marco, Rosanvallon ubica al populismo como un caso particular de “democracia-límite”. En el esquema tripartito que ofrece, cada una de estas democracias-límite se encuentra tironeada por una tendencia que le es inherente y que la pone en la cornisa de su declive. La primera de ellas, la democracia mínima, al reducir su ámbito a los mecanismos de selección de representantes conduce a una oligarquía electiva. La democracia sustantiva y su horizonte comunitario, en segundo lugar, corre el riesgo de reificar una presunta armonía colectiva, abriéndole la puerta a la negación totalitaria del conflicto. Y, por último, está la democracia polarizada, caracterizada por una híper-politización de las instituciones y cuyo riesgo es señalado con el curioso mote de “democradura” (démocrature). Es precisamente en este último registro donde Rosanvallon ubica al populismo, que sería una repuesta sistemática y doctrinalmente coherente al problema de la indeterminación democrática que opera reduciendo el contenido aporético de la democracia a una serie de simplificaciones (reducción de la complejidad política a las decisiones del líder, inmediatez de la voluntad general, desmontaje de los cuerpos intermedios, un régimen de emociones que diluye la discusión racional).

Bajo esta premisa, la primera parte del libro se propone ofrecer una “anatomía” del populismo capaz de dar cuenta de sus simplificaciones. Para eso, Rosanvallon construye un discutible tipo ideal con el objetivo de hacer inteligible la particular “teoría de la democracia” del populismo. En este punto hay una decisión metodológica cuyos supuestos tal vez hubieran ameritado una mayor reflexión por parte del autor. En efecto, Rosanvallon parte de la convicción de que el amplio abanico de casos con los que justifica su tipo ideal pueden ser agrupados en una misma categoría. A partir de esta operación, cada una de estas experiencias se convierte de manera inmediata en una manifestación singular de una misma concepción de la democracia. Lo que procede entonces como objetivo es sacar a la luz lo que está escondido a plena vista: aquello que, pese a sus notables diferencias, comparten estas experiencias; es decir, revelar el misterio de la teoría populista de la democracia. Esto lo compromete a generar un dispositivo muy exigente cuyos elementos a veces pueden parecer arbitrarios ante realidades muy complejas y contrastantes.[1]

En este sentido y pese al acalorado debate, Rosanvallon parece compartir con Chantal Mouffe más de lo que estaría dispuesto a admitir.[2] Esto es particularmente evidente cuando el autor afronta la tarea de establecer la diferencia entre el populismo de izquierda y el populismo de derecha. En efecto, si ambas expresiones comparten una misma concepción democrática, sus diferencias sólo pueden ser aprehendidas como una cuestión secundaria, apenas un matiz que para Rosanvallon se vuelve visible por un tema sin duda fundamental pero coyuntural: la migración. Si para Mouffe lo que comparten los populismos de derecha y de izquierda es una misma lógica de construcción identitaria, para Rosanvallon es una doctrina política coherente y sistemática. En ambos casos el contenido que les diferencia resulta secundario y subordinado a estos elementos comunes. Así, por ejemplo, la construcción discursiva de la dicotomía “ellos/nosotros” que divide el espacio político es, tanto para Mouffe como para Rosanvallon, un aspecto mucho más determinante que las diferencias en los proyectos de sociedad que animan ambas vertientes de “populismo”. Una verdadera alternativa a esta postura compartida podría haber sido asumir que el contenido es fundamental para discernir sobre la concepción de democrática que anima a las experiencias caracterizadas como populistas de derecha y de izquierda. Camino que, sin embargo, hubiera conducido a problematizar el uso de una misma categoría para identificar ambos tipos de experiencia, poniendo así en riesgo el supuesto en el que se sostiene el propio tipo ideal propuesto.

En la segunda parte del libro, Rosanvallon rastrea los elementos de su tipo ideal mediante un recorrido histórico a través de tres “momentos populistas”. En su última sección, el libro aborda una crítica del populismo que, tomando como plataforma el problema de la indeterminación democrática, se propone introducir un contrapunto a cada uno de los elementos de la tipología construida. La idea de multiplicar los ámbitos de deliberación, representación y participación son presentados por Rosanvallon como un antídoto a cualquier reducción populista, replicando con ello la formula vinculada a una democracia media o de equilibrio desarrollada en otras obras. En ambas secciones hay reflexiones sugerentes y críticas que deben ser debidamente sopesadas. Los apartados sobre el Segundo Imperio francés, así como las acotaciones sobre el referéndum, tienen valor en sí mismos, más allá de las dudas que despierte la anatomía del populismo que propone Rosanvallon.

[1] Uno de los aspectos en los que el tipo ideal parece un marco analítico demasiado estrecho son los cuerpos intermedios. Éste es un punto importante para Rosanvallon, pues ha sido un aspecto central de su apuesta política a lo largo de su trayectoria. En efecto, ya en La République du Centre, La fin de l’exception française (Calmann-Lévy, Paris, 1988), escrito con F. Furet y J. Julliard, Rosanvallon advertía sobre un proceso de retraimiento de lo social, producto de la desindicalización y la pérdida de centralidad de la clase. Esta des-sociologización de la política amenazaba por revitalizar la cultura de la generalidad en torno al cual se había constituido la excepcionalidad francesa —y que Rosanvallon caracterizó de manera sintética en El modelo político francés (Siglo XXI, 2007)—. Este tópico aparece nuevamente en su reflexión del populismo, cuyos elementos recuerdan en varios aspectos a esta cultura de la generalidad, en tanto simplificación de la complejidad social. Sin embargo, no pocas experiencias catalogadas como populistas, lejos de implicar un desmontaje de los cuerpos intermedios, fueron proclives a volverlas un elemento central de su práctica política. Esto es claramente visible en el caso del populismo clásico latinoamericano, como lo evidencian el peronismo (las organizaciones libres del pueblo) o el cardenismo (corporativismo social y estatal), pero también el caso más reciente de Evo Morales en Bolivia con la participación de los movimientos sociales indígenas en el MAS. En el populismo estadounidense del siglo XIX la cuestión de los cuerpos intermedios también aparece como un tópico central (ver A. Jäger, “State and Corporation in American Populist Political Philosophy, 1877-1902” The Historical Journal, 2020, pp- 1-15). Así mismo, la articulación con los movimientos sociales ha sido una preocupación central desde el surgimiento de Podemos en España.

[2] Chantal Mouffe, “Lo que Pierre Rosanvallon no comprende”, Le Monde Diplimatique, núm. 252, Junio de 2020.

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