Una nota sobre el humor en Kafka

Por Sergio Ceyca

Pienso en el cliché de que no conoces a un hombre hasta que vives con él, y como nunca dormí con Nixon o Kennedy solo puedo decir en retrospectiva que fueron buenos.
Lenny Bruce 

Uno cuenta un chiste y si tienes la seriedad y la habilidad suficiente, las personas que lo escuchan se reirán. Y tú lo harás con ellas. Porque el chiste pareciera un mecanismo que nos ayuda a permitir que ciertas emociones salgan, que rompe los límites entre lo establecido, e incluso entre las personas, diría el doctor Freud. El problema no es contar un chiste, el problema es vivir dentro de uno. 

En los últimos días, el algoritmo de Facebook me muestra mucha información sobre Franz Kafka, no sé si esto tiene que ver con la publicación de mi novela Carta al hijo, o si simplemente porque fue el centenario de la partida del autor checo se está generando mucho contenido sobre su obra y persona. Desde la publicación de la novela no he escrito nada sobre Franz Kafka como si creyera que el tema se ha agotado en mi cabeza, cuando la realidad es otra: ha habido nuevos caminos para regresar a la lectura de sus cuentos, de sus cuadernos, o de sus novelas, y todo el tiempo estoy pensando en Kafka, en sus escritos, en comparación con las otras cosas que he estado leyendo. Menciono esto porque el otro día me apareció un video de dos escritores, no guardé los nombres, hablando sobre la obra de Kafka, y uno mencionó la idea de que sus historias nos incomodan no porque son divertidas, sino porque son sobre personas que están viviendo un chiste. Un ejemplo de por qué estoy de acuerdo con esto. La anécdota que Reiner Stach recupera en su biografía de Kafka publicada por Acantilado sobre la escritura de El proceso: unos años antes de la entrada de Franz al Ministerio de Seguros de Bohemia, un obrero llamado Joseph Kafka acudió a las instalaciones del Ministerio con un cuchillo en la mano y empezó a amenazar a los funcionarios: si no le daban su pensión iba atacar a los trabajadores. Reiner Stach no cuenta la conclusión del episodio. Sólo se limita a decir que eventualmente, con los años, los compañeros del trabajo debieron relatarle a Franz dicha anécdota y quizá hasta le hicieron burla. Es decir, el sufrimiento de Joseph Kafka ante los horrores de la burocracia es eso, un chiste. Una buena anécdota para reír. E incluso una gran historia para vincular al mito kafkiano. Pero un chiste.

Un esqueleto vestido de payaso. Wellcome Collection.

El problema que se puede encontrar con los kafkólogos, como los llamaba Kundera, es la capacidad para tomar demasiado en serio situaciones que quizá, al menos en la obra del autor checo, no lo eran tanto. Reiner Stach enumera cientos de tesis sobre temas del sufrimiento judío, el sionismo, el absurdo en su literatura, sus complejos psicológicos, psicoanalíticos y hasta sus posibles diagnósticos psiquiátricos; asimismo, Stach hace largos y sendos capítulos sobre las lecturas de Kafka en el verano de su juventud, sus inspiraciones, como si eso fuera relevante. O quizá sólo me cansa a mí. Me pregunta si a Kafka le importaban todas esas cosas. Otra buena pregunta es: ¿por qué tendría que interesarnos conocer lo que quería o no decir Kafka en sus escritos?

El chiste tiene muchas funciones. Nos ayuda a poder hablar de un tema tabú de una manera más sencilla, podemos burlarnos del gobierno sin preocuparnos, necesariamente, de consecuencias. Los chistes contra el establishment estadounidense condenaron al comediante americano Lenny Bruce al ostracismo y a una muerte por sobredosis de heroína… Ah no, eso no es divertido, ¿verdad? Pero ¿sí lo era cuando Lenny decía que “en América hay gente encarcelada por fumar flores”? El problema del chiste, en Kafka o fuera de él, es que es divertido en cuanto lo vemos como algo ajeno a la realidad, como una entidad que nos ayuda a digerir y procesar lo que estamos viviendo; no cuando nos echa en cara una problemática cruel que no tiene una solución simple y concreta. Entonces, el problema de los personajes de Kafka continúa siendo que están viviendo en el chiste de alguien más, ¿acaso eso mismo no es una forma de alienación? 

Olvidar el humor en Kafka es olvidar gran parte de su vida. El hecho, por ejemplo, de que la gente crea que Kafka sólo publicó póstumamente cuando se desgastó y luchó contra él mismo para publicar Contemplación, Un médico rural, La metamorfosis y Un artista del hambre en vida; e incluso, cuando le llegó el primer ejemplar de la revista de Kurt Wolff con la publicación de La metamorfosis sólo para descubrir que el texto había sido copiado íntegro sin recibir ni siquiera una corrección de estilo, y que casi se infarta por esto. Es divertido cuando uno piensa que Kafka se pasó al veganismo para tener una mejor salud, y que acabó contrayendo tuberculosis. Hay mucho humor en el hecho de que, en sus largas correspondencias con Felice Bauer y Milena Jesenka, les prometiera el cielo, la luna y el firmamento completo, y que, a la hora de encontrarse frente a ellas se cohibiera o que, incluso, sintiera miedo al compromiso. Pero hay más en su biografía que el humor: está la historia de Kafka y la muñeca viajera, la cual Jordi Serra i Fabra rescató para una novela corta; no hay que olvidar el hecho de que Kafka era un apasionado por su trabajo y tenía su escritorio lleno de las revistas más actualizadas sobre accidentes laborales con fotografías y descripciones minuciosas de estos; mucho menos, el hecho de que, al final de su vida, por el dolor de garganta, apenas pudiera hablar en chillidos, y que justo su último cuento, “Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones”, tratara sobre la incapacidad de un grupo de ¿ratones?, de poder cantar comparado con la habilidad de un personaje, Josefina, que entonaba un canto que conmovía a todos. 

Separar vida y obra en Kafka es muy difícil de la misma manera que lo es separar su vida y su tiempo. Es posible que los miles de trabajos académicos sobre Kafka, y los que vienen, tengan sentido y razón; es muy seguro que Kafka vivía en un chiste él mismo, una persona que lo daba y lo sacrificaba todo por la literatura no alcanzaría a ver el fruto de su esfuerzo. Pero, por otro lado, es muy posible que su misma timidez lo hubiera llevado a que no disfrutara de su esfuerzo. Es probable que la única manera de seguir ahondando en él sea leerlo, acercarnos a él, interpretarlo y entender quién era el soñador de esas pesadillas porque como decía Lewis Carrol en A través del espejo: “él sueña contigo y si despertara, ¿qué sería de ti?”. Porque es probable que la única certeza sobre Kafka es que nos dejó sus pesadillas hechas relatos; pero a él no le interesó, contrario a Joyce en el Finnegans Wake, traducirlos a un lenguaje literal del cual pudiéramos extraer un código. A Kafka sólo le interesaba transcribirlas. Quizá al adentrarnos en su obra podamos entender cuál es el chiste en el que nosotros mismos estamos viviendo, y podamos aprender a reírnos de nosotros mismos: uno cuenta un chiste sobre un escritor que duró cinco años leyendo y escribiendo sobre un autor checo que murió joven, y que cree que ya no le queda más por decir, pero entonces Franz Kafka se burla y le demuestra que a lo mejor no hay palabra escrita en piedra y que continuará, el resto de su vida, adentrándose en esos laberintos oscuros en los que cuando crees que has encontrado una certeza, ésta se te escurre como agua entre los dedos. 

Una parodia de un médico quitándole un diente a un paciente aterrado. Wellcome Collection.
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