Imaginemos que un día despertamos pensando en el desayuno y en nuestra alcoba entra un hombre desconocido; todavía en la cama, sorprendidos por la inaceptable intrusión, saltamos vestidos en ropa de dormir y en la habitación contigua otro desconocido nos comunica que estamos detenidos. Imaginemos que un día despertamos después de un sueño agitado y nos damos cuenta que nos hemos convertido en un asqueroso insecto. Imaginemos que nos despertamos en el lecho de paja de una taberna y nos es requerida la autorización para pernoctar en los límites del castillo del Conde de Westwest y no hay autoridad condal que a esa hora pueda expedirla.
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Termino una nueva lectura de El Proceso de Franz Kafka y me quedo con el corazón oprimido por el destino humano frente a las instituciones de la Justicia, instituciones que más bien parece que fueron hechas para oprimir al hombre que para darle esperanza.
Kafka expone en esta novela el desamparo del hombre frente a la frialdad de la Ley que lo coloca dentro del mundo de los objetos, lo vuelve cosa, una entelequia que respira y late pero que no encuentra un modo de defensa ante la hostilidad de los instrumentos de la Justicia, siempre opacos e inescrutables.
Ante la improbabilidad de obtener una Absolución Real, el atribulado Josef K puede elegir entre una Absolución Aparente o una Prórroga Indefinida.
La atmósfera general de la obra de Franz Kafka es la de un sueño perturbado, de una pesadilla.
Las mujeres que aparecen son por lo general representaciones de súcubos, formas demenciales del miedo, toda su consistencia es sexual, pero siempre de un modo descarado y reprensible. Los hombres tienen mutilaciones del ánimo difíciles de valorar, son andrajos humanos, construidos por hábitos desagradables que semejan vicios del alma antes que inclinaciones físicas desorientadas, las pulsiones meramente físicas denotan enfermedades morales terminales.
La arquitectura de los espacios donde ocurre la anécdota son siempre lugares imposibles, pasillos sin fin, puertas condenadas, ambientes reducidos hasta la opresión, grandes salones irregulares hasta la absurda magnificencia, la impresión de que se está en un laberinto de formas asimétricas y obscuridad, un aire enrarecido, calor insoportable, se podría decir que se participa de la atmósfera general del infierno.
La arquitectura de El Proceso es la de una pesadilla que se extiende más allá de la extenuación de nuestra voluntad.
“—Como un perro— dijo K., como si la vergüenza hubiera de sobrevivirle.”

Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, 1968). Poeta, ensayista, traductor y editor. Sus libros de poesía se reúnen en las antologías El rayo y la memoria (2012), Aquí todo es memoria (2016), Memoria de lo vivido (2019) y El fuego es mi nombre exacto (2021). Ha merecido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2007 por El deseo postergado, el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2010 por Alteridad y poesía. Antología apócrifa de ensayos sobre la heteronimia en la poesía iberoamericana actual, el Premio Alhambra de Poesía Americana 2012 por El deseo postergado, el Premio Ciudad de Burgos: Antonio L Bouza por Arqueología del Fuego Nuevo. También ha recibido por su trayectoria, el Premio Letras de Sinaloa 2023 y la Medalla Vicente Huidobro 2025.